Me fui caminando, con mi mochila en la espalda y sin mirar hacia atrás. Me imaginé que el tumulto de gente estaría mirando cómo yo me iba y el dueño del restaurant estaría furioso porque no consiguió ni siquiera una rupia pakistaní de mi bolsillo, porque sorpresivamente la policía había estado de mi lado y yo era hombre libre.
La tensión aun la podía sentir en todo mi cuerpo, y especialmente en mis manos que temblaban intensamente. Me traté de relajar y olvidar lo que había ocurrido, pero incluso después de un largo rato, no lo lograba. Cuestioné mis acciones y pensé una y otra vez lo que podría haber ocurrido. Cuan mal podría haber terminado una situación tan simple como la de ir comer a un restaurant en una estación de buses?
Cuando el viaje comenzó, la tensión y los nervios de la estación de buses se transformaron en cansancio. El trayecto sería largo, yo no tenía ganas de sociabilizar con nadie y al parecer nadie quería sociabilizar conmigo. Como en pocos lugares del mundo y como en muchos lugares de Pakistán, me di cuenta que en el bus no había mujeres.
A mi lado y junto a la ventana había un señor de unos 55 años de edad, cabellos blancos, una barba larga que denotaba su religión. Usaba el típico traje de los hombres pakistaníes, también de color inmaculadamente blanco. Yo estaba en el lado del pasillo, a pesar de que en Pakistán la gente es muy curiosa, el hombre de blanco ni siquiera me miró y parecía no tener ningún interés en conversar. A mí me parecía perfecto, y yo quería que la situación se mantuviera asi por el resto del viaje.
Durante la noche, el hombre de blanco se empezó a quedar dormido en mi hombro. Yo al principio moví mi hombro sutilmente, pero la cabeza volvió a aterrizar repetidas veces en mi territorio. En ese momento necesitaba mi espacio y tranquilidad, y mi paciencia se estaba agotando cada vez más rápido. La situación se tornaba muy incómoda, era el medio de la noche, un viaje de 24 horas y una carretera de tierra y piedras que no dejaba conciliar el sueño. Después de un rato, mis golpes a la cabeza del hombre, ya no eran sutiles.
El hombre de blanco, se enderezó pero volvió a caer una y mil veces más a mi hombro, yo le pegue un golpe de puño corto, el hombre de blanco no despertó y cambio de posición. El problema parecía solucionado, pero después de unos minutos… adivinen.
Le pegué otro corto, esta vez aun más fuerte y esta vez se despertó enojado. En inglés me dijo:
Hombre de blanco: Por qué me estas pegando?
Yo: Porque estas durmiendo en mi hombro y me incomoda!
Hombre de blanco: pegarme no es una buena manera de decirme que te incomodo.
El hombre no volvió a dormirse en mi hombro, ahora se dormía apoyado en el vidrio de la ventana.
Después de una muy mala noche en la que casi no dormí, por fin comenzó a amanecer. Por las ventanas del bus se podía apreciar que estábamos en el medio de los Himalayas. Gigantes montañas de siete mil metros nacían al costado del camino. El paisaje era impresionante. Ya no había rasgos de civilización alguna, solo pequeños pueblos de gente humilde, trabajadora y muy religiosa.
En unos de estos pueblos el bus hizo la primera parada del día, para estirar las piernas o ir al baño. Yo me bajé del bus cansado, me pare en el medio del camino, me estiré y encendí un cigarrillo. Estaba disfrutando por primera vez en unas cuantas horas. El paisaje, la pequeña mezquita del pueblo, las casas de madera, la gente humilde y su rutina, las montañas y el cigarrillo.
Me di cuenta que mientras estaba ahí parado en el medio, algunas personas salieron de sus casas, asomaron sus cabezas por las puertas y las ventanas. Todos me miraron con una cara muy extraña, casi como enojados. Yo asumí que no están acostumbrados a ver extranjeros en el pueblo.
En ese momento decidí ir a sentarme a un costado del camino, tome un gran sorbo de agua y encendí otro cigarrillo.
La gente comenzó a salir de sus casas gritando, empezaron a agarrar piedras grandes y palos. Todos en un gran grupo se dirigían hacia donde yo estaba. Como si todo hubiese estado ensayado, el resto de los pasajeros bus del fueron corriendo hacia donde yo estaba y me rodearon. Uno de ellos muy nervioso, me ordenó que apagara el cigarrillo y guardara el agua. Yo le obedecí inmediatamente.
La gente del pueblo parecía decidida a linchar a alguien, y al parecer ese alguien era yo.
Cuando la gente del pueblo ya estaba como a unos veinte metros de mi, el semicírculo formado por mis compañeros de viaje se cerró aun más. Yo aun sin saber la razón del conflicto, me sentía protegido. Una vez más en Pakistán, no estaba solo.
Una persona del bus fue a hablar con los locales furiosos. El les habló en un idioma que no entendí, pero me imagino que les dijo que por favor se calmaran, que yo no era, que no entendía, que nos iríamos, que me perdonaran.
Después de unos minutos la gente del pueblo boto las piedras y volvieron a sus casas. La persona que había hablado con ellos fue el hombre de blanco.
Uno de los pasajeros que me estaba rodeando, parecía muy joven y bien educado. En un inglés perfecto me preguntó: Tu sabes lo que es Ramadán?
En ese momento lo entendí todo y se me vino el mundo abajo! Me quería enterrar y deseaba que el K2 me cayera encima. Les pedí perdón una y mil veces, me subí al bus y no bajé mas. Me sentí como un idiota, egoísta e irrespetuoso. Cuando el bus partió nuevamente, la pedí un millón de disculpas al hombre de blanco, también le agradecí por hablar con la gente del pueblo.
El aceptó mis disculpas inmediatamente. Empezamos a conversar y resultó ser un personaje muy interesante. Había sido militar pakistaní ahora retirado, me contó que…
