Casi nunca lo notamos, generalmente lo hacemos retrospectivamente. Identificar y fascinarse con el proceso es muy difícil. Requiere un nivel máximo de presencia presente, de concentración y atención. Niveles de los cuales, yo personalmente, estoy muy alejado la mayor parte del tiempo.
Para que una idea nazca, basta solo una simple percepción o una pequeña señal que alguno de tus seis sentidos logra captar. Puede ser un sonido, un paisaje, un aroma, un recuerdo. No sé lo que mis sentidos captaron aquella tarde en una de las torres del fuerte de Jaisalmer en Rajhastan, India. Estaba mirando la puesta de sol, entre mis ojos y el horizonte había un inmenso desierto. Pensé que en algún lugar de ese desierto, se encuentra la frontera imaginaria que señala el comienzo de tierras Pakistaníes.
Para que la idea crezca, debes ponerle agua. Algo que hace algunos instantes no había ni siquiera pasado por tu cabeza, comienzas lentamente a darle forma, haces rápidamente un estudio de factibilidad y tu cerebro empieza a transformarlo en un plan. Ese día, esa tarde, en aquella torre, comencé a planear una nueva ruta para este viaje. No sé que me llevo a tomar esa decisión, iba en la dirección totalmente opuesta hacia donde yo debía ir, Indonesia. Quizás en aquel preciso momento me di cuenta que yo estaba buscando algo más que simples destinos turísticos.
La idea madura y envejece, porque la transformaras en un plan y luego en acción. Había algo misterioso y peligroso que me atraía profundamente sobre mi nuevo destino, quería ver y conocer su cultura, entender su religión y escuchar lo que su gente tengan que decir.
La idea ya murió, pero se reencarno en la acción. A la semana siguiente estaba en Nueva Delhi tramitando mi visa a Pakistán.
